Volver
Se escuchó como la puerta se estrellaba con fuerza al cerrarse, el piso quedó en completo silencio, solamente interrumpido por el sonido del televisor que seguía encendido. Si no se levantaba del suelo, nada de aquello habría pasado, así que se quedó ahí hasta que vio como se iba oscureciendo la sala dejándola completamente envuelta en las penumbras.
CAPITULO I
Después de unas cuantas horas ya no pudo continuar, era hora de asumir lo que había pasado y reorganizarse, tenía que volver a juntar los pedazos que habían quedado tirados dentro de ella para reconocerse. Se levantó, prendió la luz, en el suelo había varias prendas de ropa tiradas, las recogió una por una hasta ponerlas en una pila en el rincón. Fue al baño para lavarse la cara y se atrevió a echarse una mirada. Tenías los ojos hinchados de tanto llorar, la piel completamente enrojecida, los labios resquebrajados y el cabello todo desordenado, su imagen en el espejo le devolvió una mirada de adormecimiento, como si aún no pudiera salir del shock. En la cocina se preparó un café y se fue hasta el balcón de su habitación para tomarlo. Como vivían en el piso 15 y la ciudad no tenía estructuras tan altas, el cielo ocupaba todo el campo visual y ese día estaba completamente estrellado. ¿Sería ese el último cielo que vería desde la balsa?
Cuando ella se mudó a aquel apartamento, recién lo conocía a él, pero se habían enredado en un nudo tan apretado y tan difícil de desatar que simplemente no vieron sentido a pagar dos alquileres en vez de uno. Las primeras noches se acostaban en la cama del dormitorio y miraban por la panorámica del balcón. El cielo se veía entero y colmado de astros, se acomodaban para verlo mientras escuchaban música y entonces, la cama era para ellos una balsa con la que navegaban en el medio del río. Había tantos secretos en ese cielo y tanta calma en el simple hecho de mirar por la ventana, abrazados. Ahora ella, sentada en el balcón, no se atrevía a tocar la cama, miraba el cielo intentando dejar de pensar en la incertidumbre que tendría que afrontar al día siguiente. Se estaba terminando el invierno, de modo que la noche estaba fresca pero habitable. Mientras veía a lo lejos el brillo de la ciudad, notaba como su pecho se comprimía, el espacio que antes había para respirar, ahora estaba limitado a la mitad y no podía tomar todo el aire que necesitaba. Intentó respirar profundamente, no había manera.
Cuando el cansancio no pudo más con ella, tomó un colchón individual que tenía guardado y lo tiró en el medio de la sala, no podía dormir en la balsa esta noche estando sola. En el medio de la sala, se sintió más sola que nunca. Hace tres meses aquel apartamento representaba un nuevo hogar para ella, había pulido el piso, había renovado por completo la cocina y había llenado los estantes con todo tipo de especies, harinas, suplementos reposteros e incluso había comprado una nueva nevera para poder deshacerse del viejo cachivache que había quedado sin uso durante mucho tiempo. Ahora cada rincón de ese lugar se volvía cada vez más parecido a la habitación de un motel de carretera. Las paredes eran amarillentas debido a que el dueño que ahora lo ponía en renta, había fumado toda su vida adentro y realmente nunca se había ido el olor del cigarrillo. Había una plaga bichos que habían estado intentando exterminar sin éxito durante esos meses, ¿Cómo no había notado antes la pocilga en la que habían estado viviendo?
CAPITULO II
A las 2 am se hizo evidente que él no iba a volver para dormir, pensar en eso le generaba resentimiento, pero al mismo tiempo alivio. Ya no debía seguir fingiendo que dormía. Se levantó, prendió las luces otra vez y se fue a la cocina. Tomó otra taza de café y se quedó mirando las baldosas amarillentas. Ese día se había quebrado algo entre ellos dos, pero, ¿qué había perdido? Porque si bien sentía una tristeza indecible, no parecía que le faltara nada ahora. En realidad, hace muchos meses que esta relación se había convertido para ella en un peso que iba creciendo a diario en su pecho, un dolor incómodo parecido a una contractura en la espalda. Ese dolor seguía con ella aunque él se hubiese ido, y estaba segura de que aún tendría que llevarlo a cuestas mucho tiempo más. Intentaba descifrar que era lo que sentía en ese momento y por qué era tan diferente a lo que había experimentado la primera vez que él estalló en su contra. Cuando de manera inesperada él le alzó la voz, ella sintió miedo y un profundo desconcierto, era muy difícil compaginar a dos personas tan diferentes en una sola. Ahora, cuando gritaba no sentía eso, sino una bronca que le iba creciendo en el pecho hasta apoderarse de ella. Tuvo que pasar meses alimentando ese sentimiento para poder alzarse en su contra y exigirle que se fuera, incluso sabiendo que él no se iba a ir a ningún lado y que era ella quien se quedaba a la deriva, buscando.
Antes de vivir esta relación, nunca había presenciado tan siquiera un conflicto de pareja de éste tipo. Sus padres jamás se habían maltratado de ninguna manera, ella nunca había vivido una situación similar con ninguna de las personas que había amado. La palabra violencia estaba reservada en su imaginario para los enemigos, pero nunca para los enamorados. Ahora la palabra era todo lo que podía rescatar de ese tiempo vivido, ni siquiera podía hacer un recuento de los buenos momentos compartidos porque todo se había manchado con ese tinte pegajoso. En los gestos que antes había percibido como muestras de cariño, ahora no veía más que manipulación y engaño. Sentía que todo lo que él había hecho por ella, no era más que una táctica para convencerla de luego aceptar lo que el escondía dentro de sí mismo. Advertía culpa por no haber salido de esta situación antes, y aunque aún podía escuchar una voz dentro de ella que intentaba convencerla de que no era correcto castigarse de esa manera, todo el resentimiento que había estado acumulando hacia él, se le volteaba en su contra y terminaba por afectarla a ella.
Mañana tendría que irse de ahí y no tenía ningún lugar a donde acudir, esa realidad se iba filtrando poco a poco en su mente. Masticaba lentamente, infinitamente, su situación como chicle, intentando sacarle toda la bilis que destinaba a su estómago donde empezaba a sentir acidez y agitación. Alguien la recibiría sin lugar a dudas, pero cuánto tiempo podría estar ahí. No sólo se había quedado sin casa, también se había quedado sin trabajo ya que él era el socio mayoritario en el negocio que habían empezado juntos. ¿De dónde se iba a sacar un trabajo tan repentinamente junto a una vivienda? A pesar de lo desesperante que era para ella verse en semejante situación, estos pensamientos no le invitaban a llorar desesperadamente, todo lo contrario, mientras más consciencia tomaba acerca de su situación, menos tristeza sentía. Había comprobado que aquello que siempre le había dicho su madre era cierto: No hay tiempo para ponerse triste cuando uno tiene cosas que resolver. Se fue hasta la pieza y empezó a guardar en su mochila todas sus cosas que no eran muchas. Terminó por recoger las prendas que había dejado apiladas en el rincón de la sala de estar y al ver como se veía todo sin ella, se dio cuenta de que nunca había pertenecido realmente ahí, porque todo lucía exactamente igual.
CAPITULO III
Intentó dormir porque al día siguiente quería irse muy temprano y sabía que sería un día largo, pero no pudo con la ansiedad en su cabeza. Llenó la bañera, estuvo sumergida una hora entera mientras resolvía cosas prácticas de su partida. Cuando empezó a amanecer se alistó, incluso se preparó un buen desayuno antes de salir y a las 7 am ya estaba dejando ese lugar y nunca más lo volvería a pisar en su vida. Ni siquiera se despidió como solía hacer cada vez que dejaba un espacio en donde había sido feliz, no había manera de apaciguar la amargura que se había pegado a las paredes de esa casa como la nicotina. Al llegar abajo se despidió del conserje, salió a la calle y pudo entonces, por fin, respirar profundamente. El aire de la mañana realmente cambió por completo su ánimo. Era casi como si toda esa oscuridad estuviese limitada a ese espacio únicamente. Bajo la luz del sol, nada de eso existía, el mundo había seguido su giro mientras ellos se enfrascaban en todos esos conflictos que no eran más que maquinaciones de una cabeza enferma.
Se había citado en casa de una amiga a las 10 am, pero aún tenía tiempo, así que decidió dar una vuelta por el parque. En cuestión de media hora había recuperado nuevamente la energía que la caracterizaba. Andaba por el parque vacío y sentía que llevaba meses sin poder detallar el mundo a su alrededor. Ese parque estaba tan cerca de la casa en donde había estado viviendo, nunca lo había visitado, le parecía que era la primera vez que miraba las calles del la zona. Presentía que, si bien el peso de aquello seguía existiendo, ya no lo llevaría a cuestas, era como si lo hubiese dejado algún lugar tirado y aunque se sentía conectada a él, entendía que ya no le pertenecía y por lo tanto, ya no tenía que llevarlo a ninguna parte. Estaba triste aún, pero no era todo lo que había en ella. Mirando hacia dentro se daba cuenta de que también había un enorme alivio, incluso, algo debilitada, percibía que la alegría de haber dado fin a tanto sufrimiento se estaba tomando su propio lugar entre toda la mezcolanza de sentimientos encontrados que se agitaban en su pecho.
La culpa, antes totalmente protagonista, se debilitaba enfrentada a la gratitud que sentía por estar tomando ésta iniciativa de volver a lo que siempre había sido, a lo que estaba bien. Incluso se sorprendía, mientras andaba con su mochila a cuestas, sonriendo, hace un par de horas se imaginaba que aquello de sonreír sería algo que tendría que retomar lentamente y con mucha dedicación, ahora no podía evitar que se le escapara de los labios esa felicidad extraña. ¿Extraña por qué? Había experimentado esa sensación un millón de veces, se había enamorado antes y recordaba andar por las calles de esa misma manera, pero ahora no entendía muy bien de dónde venía eso. La voz, antes amarga y castigadora que escuchaba en su cabeza, de repente le pedía amablemente dejar así y ya no darle vueltas al asunto, simplemente disfrutar. Hacía meses que no estaba tan de acuerdo con ella.
CAPITULO IV
Pasó por un puesto de bicicletas y se registró para tomar una, empezó a pedalear y en su mente escuchaba música, no sabía de dónde había salido pero era tan clara, tan real como si la estuviera escuchando con los auriculares. Las melodías que escuchaba le sonaban familiares y aún así estaba completamente segura de que jamás las había escuchado en ningún otro lugar. Tarareaba, la brisa fresca de la mañana le acariciaba el rostro en complicidad con ese despertar, ya no sentía ningún tipo de letargo, sus piernas se estaban calentando a toda velocidad y la conducían hacia la costanera. A medida que se alejaba de la ciudad, se empezaba a visualizar el horizonte, no más edificios, sólo cielo infinito. Detrás de todos esos interminables kilómetros de asfalto, la ciudad terminaba en un bosque que ocultaba a un río de tamaño marítimo. Al llegar por fin al horizonte, la música se había vuelto tan palpable, que no podía evitar pensar que siempre había estado ahí sonando, dentro de ella y el ruido del mundo solo la había tapado momentáneamente.
Se detuvo en uno de los puestos de comida que estaban frente a la reserva natural, compró una provoleta y la comió sentada a la orilla del río de la plata. Nunca se había animado a comer aquello, pero ahora entendía todo el tiempo que había desperdiciado dudando. Disfrutaba como nunca de su propia compañía, comprendía que al igual que la música, esa persona que siempre la había acompañado, también había estado todo ese tiempo ahí esperándola, aguardando el momento en que pudiera volver a tomar las riendas de la situación.
Ese reencuentro era la claridad que había estado pidiendo por las noches entre lágrimas. El amor que creía perdido, era en realidad lo único que siempre había tenido con ella, incluso cuando pensó que renunciaba a él. Nada de lo que había estado añorando se encontraba en aquel departamento que se estaba volviendo cada vez más difuso en su mente, tampoco se encontraba en esa persona a medias con la que había estado conviviendo los últimos meses.
Lo que extrañaba no era lo que él era al principio de su relación, sino lo que ella era, lo que había sido siempre. ¿Qué diferencia había entre lo que había sentido alguna vez por todas las personas que supieron despertar amor en ella y lo que sentía ahora al mirarse reflejada en el río? La energía que había estado invirtiendo en sanar a alguien que nunca podría sanar, se volcaba nuevamente en ella que era suelo fértil para crecer millones de brotes, promesas de amor, sueños que tal vez podría algún día compartir con alguien más, pero que siempre le pertenecerían.
En fin de una enorme ciudad, era el único lugar donde podía recomenzar lo que había considerado perdido. La incertidumbre no había desaparecido, pero, ¿alguna vez lo había hecho? Siempre había caminado sin ningún tipo de certeza hacia lugares completamente desconocidos, nunca había podido prever lo que le deparaba el mundo, entonces, ¿por qué ahora tendría que ser diferente? Se montó en la bicicleta y continuó su camino hacia la casa de Katherina, ella también había estado ahí todo éste tiempo, todos a quienes amaba la estaban esperando y sabían esperar, no tenían prisa, sabían que ella iba a volver. Mientras se abría paso nuevamente hacia la ciudad, también se abría el camino hacia una nueva vida, una muchas que le tocaría enfrentar a lo largo de su estadía en el mundo. Aún ya entrada en años, siempre que se sintió extraviada, volvió a la costanera buscando el horizonte, no hubo una sola vez que no pudiera encontrarse nuevamente y abrazarse hasta sentir que no había ni una sola cosa en ella que no fuera digna de amar. No fue la última vez que se extravió a sí misma, tampoco fue la última vez que logró escuchar la música que llevaba por dentro, ése día fue el comienzo de la relación más importante que tendría en su vida, una relación en la que siempre tendría que trabajar y en la que nunca se volvería a sentir abandonada.