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Vamos a ser felices | Amor & Desamor - Como Te Leo El Tarot Gratis
Vamos a ser felices

Vamos a ser felices

La luz se estaba empezando a filtrar por las ventanas de la casa, recién empezaba a amanecer y el silencio se poblaba con el canto de los pájaros que anunciaban el nuevo día.

CAPITULO I

Hay algo realmente mágico en las casas cuando recién empieza a despertar la aurora, algo que tiene que ver con la soledad. Mientras todos duermen, sin haber empezado aún a dejarse llevar a través del día, se presiente una calma que nunca se cumple, una premonición fallida que sólo le da paso a la agitación. En medio de todo aquello, Ignacio empezaba a recobrar conciencia en su cama. Mientras volvía lentamente parecía estar confundido y miraba la pieza aún oscura. Tanteó al lado de su almohada, nada. Quizás sería mejor que empezara a dormir en el centro de la cama, pero algo le repelía de esta idea y todas las mañanas tanteaba, automáticamente, empezando el día con una amarga decepción. Se levantó y se fue directamente a hacerse un café. La desazón no le permitía percibir nada de aquella magia que antes recibía en las mañanas cuando se despertaba para hacer el café y ella aún estaba dormida.

El siempre se había despertado primero, sobre todo los últimos días en que ella apenas podía descansar lo suficiente.  Él le llevaba el café y esta rutina se había convertido en un encuentro que ambos apreciaban profundamente, siempre habían sido muy apegados a éstos rituales, sosteniéndolos en el tiempo a toda costa. Ahora, solo, se tomaba el café en la mesa del comedor y cualquiera que lo viera entonces, habría dicho que ese hombre no podía ser el mismo que un año atrás salía a atender las plantas del jardín, con su taza en la mano. Su cabello se había encanecido drásticamente y la piel del rostro se había ido pegando a sus huesos debido a lo mucho que había adelgazado. Había pasado de verse muy joven para su edad a verse muy viejo para sus años. Algunas personas que lo conocían poco, especulaban que había enfermado después de haber dejado el trabajo hace un par de meses. Era tan hermético y silencioso que eran pocas las personas que habían llegado a comprender su progresiva desaparición. Aunque todos tenían un cándido recuerdo de él, lo cierto es que pocas personas lo conocían más que superficialmente, como suele suceder entre los ambientes que habitamos con tanta frecuencia. Es la paradoja del trabajo, pasamos un montón de tiempo ahí, creando un vínculo de intimidad que nunca llega a profundizarse.

Casa al amanecer

Hace 2 meses y medio, se había encerrado en su casa y pasaba los días leyendo, limpiando, intentando a toda costa mantener la casa intacta y así sentir menos su ausencia. Cuando lavaba su ropa, también lavaba la de ella para que no se llenara de humedad. Mientras tallaba los vestidos con delicadeza para que no se deterioraran, había algo en su mirada que parecía ausente. Había llorado poco, se encargó de todo con aplomo y entereza,  si bien se notaba su pena, nadie lo vio perder la compostura y ciertamente no la había perdido de la manera en que todos esperaban. Un cambio abrupto, sin embargo, se había instalado en él. Se había vuelto cada vez más obsesivo, su madre había venido a ayudarle a con la limpieza y él la había sacado bruscamente luego de que sugiriera vaciar el closet y guardar la ropa de ella. Luego de ese día, no accedió a recibir más visitas, veía a su familia en la casa de su madre y visitaba esporádicamente, y más por compromiso que otra cosa, a los pocos amigos que había logrado conservar a través de los años. Los que realmente lo querían y conocían, se preocupaban por él, pero cuando lo veían desenvolverse durante las visitas, se convencían de aquellas excentricidades no eran más que procesos naturales del luto y que no podían hacer nada para hacerle atravesar todo aquello más rápido que a su propio ritmo, por lo que terminaron dejando de hacerles preguntas que terminaban incomodándole más que brindándole contención. Todavía sus allegados no se habían enterado de que había dejado el trabajo, lo veían demacrado, pero no advertían que aquel dolor se había enraizado en su cuerpo como una enfermedad mal disimulada.

CAPITULO II

Cuando terminó de tomar el café se fue directo a la pieza nuevamente para acostarse en la cama y mirar hacia el techo. Se estaba despegando la pintura debido a una filtración que había estado agobiándolo recientemente. Cuando la pintura empezó a caer en pedazos pequeños sobre la cama, se conformó con sacudir la colcha antes de entrar y después de salir del lecho, pero ahora las cáscaras de pintura faltante habían empezado a crear figuras confusas en el techo. Ahí acostado recordó repentinamente el primer apartamento al que se habían mudado juntos. Era una pocilga y siempre que lo recordaban, se reían pensando en todas las cosas que tenía. Su mayor defecto era que, al llegar, el cableado del lugar había pasado tantos años sin ningún tipo de mantenimiento que, con mucha frecuencia, se quemaban los bombillos prácticamente nuevos y terminaban iluminándose con velas. Esto a él le irritaba mucho, sobre todo sentía mucha vergüenza de que tuvieran que vivir así, mientras que ella hacia todo lo posible por intentar divertirlo y sacarlo de ese estado.

El techo de su habitación en aquel lugar no sólo tenía la pintura desprendida, también tenía una manchas de humedad realmente notorias. Un día en que él intentaba lidiar con su frustración, acostado boca arriba en la cama a oscuras, ella llegó con una vela y un par de libretas y lápices. Se acostó junto a él y le propuso dibujar las manchas del techo. Él accedió a regañadientes y terminaron divirtiéndose mientras interpretaban las manchas para hacer sus dibujos. Se mostraban sus creaciones y se reían hasta las lágrimas. Esto se había transformado en una actividad que hacían cada vez que se iba la luz y siempre lograban encontrar nuevas figuras. Cuando encontraban más de una figura en una sola mancha, ella se emocionaba y le asignaba mayor valor a esa por encima de todas las demás. Siempre había encontrado la manera de cambiarle el ánimo, incluso apartándose para dejarle a solas. Mientras él recordaba eso, no podía evitar sonreír ligeramente y buscar formas en la pintura.

Después de sumergirse en esta meditación, se dio cuenta de que la pintura estaba abombada en varias partes y aunque aún no habían caído, estaba prontas a caer. Se paró sobre la cama y, con el dedo, empezó a quitar la pintura suelta. Sacó tanta pintura, que la cama quedó en parte cubierta de sus restos. Estuvo casi media hora raspando con el dedo todos los excesos y cuando por fin logró sacarlo de todas partes, se acostó nuevamente en la cama, sin siquiera retirar las cáscaras de pintura e intentó buscar figuras en las manchas. Mientas más las detallaba, más figuras se le iban revelando. Veía una mujer de perfil que usaba un sombrero de plumas, un oso intentando trepar un árbol, un árbol que sólo se había deshojado hasta la mitad… Se sonreía cuando descubría en una figura con más de dos interpretaciones en distintos ángulos. Se le había pasado la tarde y ya empezaba a aburrirse cuando se dio cuenta de que la habitación empezaba nuevamente a sumergirse en las penumbras. Prendió el velador y vio, en la mesa de noche que estaba del lado de su esposa, que debajo de la cajita donde guardaba sus objetos personales, se asomaba la punta de una cadenita dorada.

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CAPITULO III

parejas compartiendo en la orilla de la playa

Levantó la caja y encontró un sobrecito del que sobresalía lo que parecía el extremo del brazalete. Él se lo había regalado una vez que ella había renunciado a un trabajo sumamente agobiante que mantenía por los apuros económicos que muchas veces pasaban. Es cierto que rara vez estaban holgados de dinero, sin embargo él le había insistido muchísimas veces para que abandonara a pesar de no haber encontrado un lugar a donde ir cuando dejara aquello. Finalmente la había convencido, y con el dinero que había estado juntando para celebrar el cumpleaños se había ido a una casa de empeño y había comprado aquel brazalete tan sencillo, pero muy bonito. Lo guardó en una cajita elegante y la llevó a la costanera en la parrilla de su bicicleta. Compraron unos emparedados de lomito y se sentaron a la orilla de la reserva con una botella de vino para celebrar. Cuando ya se habían terminado de tomar el vino directamente desde la botella y ya estaban bastante encendidos, él sacó la cajita para dársela. 

Cuando ya se habían terminado de tomar el vino directamente desde la botella y ya estaban bastante encendidos, él sacó la cajita para dársela. Cuando la abrió y vio el brazalete, Azul se puso a llorar inmediatamente. Por un lado se sentía enternecida y al mismo tiempo se sentía profundamente culpable. Ignacio le dijo: Desde hoy no nos conformamos con salir del paso, vamos a ser felices. Lo abrazó y volvieron a su casa sintiendo que todo iba a estar bien.

Ella había usado ese brazalete cada día desde entonces, pero en el último tiempo no lo llevaba puesto y cuando él le preguntó por qué, ella, sin darle mucha importancia, le dijo que no sabía dónde lo había dejado. En él momento, y rodeado de tantas circunstancias, él tampoco le había dado mayor importancia al asunto. No había conseguido el brazalete antes debido a su obsesión por no mover ninguno de sus objetos personales de lugar. Lo único que había movido, era su ropa que mantenía limpia y perfumada, pero colgaba siempre en el mismo orden en el que ella solía hacerlo. En el cuarto de baño, había limpiado siempre las repisas rodeando los frascos de perfume y sus cajitas de colección en donde guardaba invisibles, bisutería y otras cosas pequeñas que apreciaba. Encontrar tan repentinamente aquello, le generó una inquietud tan grande que ni siquiera pudo tomarlo. Salió de la pieza rápidamente y se fue a la cocina tan agitado que parecía haber visto un fantasma. Se mojó la cara con el agua de lavabo y se sirvió un vaso para tomar mientras caminaba dentro de la cocina. Cuando ya no pudo más con la ansiedad, volvió a buscar el sobre, pensando que quizás ella le había dejado alguna nota. Volvió a la pieza y lo abrió. Desde las profundidades del sobre se deslizó el brazalete, pero nada más. Esto le generó una gran decepción y una tristeza incomparable. Dejó el brazalete tirado al lado de la cajita y se fue a dormir sin haber comido nada en todo el día.

CAPITULO III

Al día siguiente, como había dormido muy temprano, se despertó cuando aún no amanecía, pero a pesar de ver todo oscuro, se levantó de la cama a tomar una ducha. En ese año de luto la había recordado constantemente, pero nunca había recordado aquellas anécdotas que ahora invadían sus pensamientos. Sobre todo pensaba mucho en los últimos días que pasaron juntos y se torturaba de recordarla pasar incomodidades de todo tipo antes de que, finalmente, pudiera irse. El día que vino el doctor a anestesiarla, ella prácticamente no reconocía a nadie, pero a él sí. Lo miraba como si estuviera absolutamente deleitada y llena de emoción. Le besaba las manos y se reía de vez en cuando sin saber explicar por qué. Sin qué nadie pudiera descifrarlo, ella recordaba los muchos momentos en que se habían reído y toda la complicidad que habían compartido, no supo manifestarlo pero con estos pensamientos se terminó de ir. Mientras pensaba en lo diferente que era para él recordarla ahora, se le salían las lágrimas de los ojos, confundiéndose con el agua fresca de la ducha. Había algo en ese llanto que le sanaba y él sentía como hacía eco ese sentimiento de candidez dentro de su cuerpo. Cuando salió de la ducha, se miró en el espejo. Había cambiado mucho, su cabello encanecido, su piel se había tornado cetrina y descolorida. Eso lo entristeció, mientras se examinaba no se daba cuenta de que llevaba meses sin detallarse. Por eso su rostro le generaba tanta impresión. Sintió después de mucho tiempo una gran necesidad de acicalarse. Se afeitó, se cortó la punta de los cabellos y se lavó la cara con el exfoliante que ella le había enseñado a usar. Mientras hacía todo esto recordaba divertido como ella se espantaba cada vez que le encontraba una cana y procedía a arrancarla de raíz para que no creciera más. Sonreía, a pesar de todo ese sufrimiento, podía sonreír.

Cuando salió del baño se dirigió nuevamente a la mesita de noche, volvió a examinar el sobre, no había nada. Tomó el brazalete entre sus dedos y lo miró largo rato, pero casi sin mirar, tenerlo en la mano le producía un sentimiento de irrealidad, imaginaba que estaba en el momento en que lo había comprado e iba a entregárselo, incluso entrecerraba los ojos para desdibujar la habitación e imaginarse en el viejo departamento. Esta técnica la había adquirido de ella, que cada vez que se imaginaba alguna cosa, entrecerraba los ojos para desdibujar todo a su alrededor.

 

Chico aseándose en el lavabos

Era chistoso verla hacer esto mientras examinaba el antiguo departamento y decía: Aquí vamos a pintar de bordó, allá vamos a poner una lámpara de pie, ese tapiz lo vamos a arrancar, ese sillón se tiene que ir al basurero… El miraba el brazalete así hasta que se le cansaron los músculos de la cara y lo detalló. En la plaquita que iba por dentro, notó unas pequeñas líneas, creyó que eran ralladuras porque eran muy pequeñas e indistinguibles. Lo puso bajo la lámpara para mirarlo bien, cuando descubrió que en el brazalete había un grabado. No lo tenía antes, el recordaba muy bien que era liso por ambos lados. Cuando pudo descifrarlo, leyó las siguientes palabras: Vamos a ser felices. Era todo lo que cabía de las palabras que él le había dicho entonces. Ella lo había mandado a grabar en sus últimos días con la ayuda de su hermana, pero no había tenido tiempo para dárselo y explicarle a qué se refería, sin embargo él lo entendió perfectamente. Desde ese día que él le había regalado el brazalete, esas palabras dejaron una profunda impresión en ella. Cada vez que estaban pasando un mal momento, y pasaron muchos, ella lo miraba con determinación y le repetía: Recuerda que vamos a ser felices, a pesar de esto vamos a ser felices. Ambos se consolaban en esa promesa. Ella quiso decírselo con sus propias palabras, pero no pudo reunir el aplomo que siempre había admirado de él y por eso lo mandó a grabar en el brazalete. Él sintió como se reconfortaba en su corazón, soltó grandes lagrimones, estaba triste, le dolía, el amor no se había terminado y ya no quería desprenderse de él, se aferraba al brazalete como si estuviera sosteniendo su mano. Él iba a ser feliz, no ahora y tal vez no del todo, pero por ahora sonreía y podía celebrar ese pequeño logro, la sentía más presente que nunca.