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PAREJA Y TRANQUILIDAD

Una promesa tranquila 

En el medio de la oscuridad de la sala, ambos estaban sentados uno junto al otro cuando se encendieron las luces del escenario dejando ver a una sola persona, muy pequeña para aquel recinto, mirando con completa seguridad a la nada que en aquel momento parecía ser una revelación, algo más que la sombra y el silencio del teatro escolar.

CAPITULO I

Aquella imagen fue tan poderosa en el corazón de Helena que, contra todo impulso natural, le tomó la mano a su esposo y se la llevó directamente al pecho. De todas las cosas que pasaron esa noche, esa fue la más significativa e inesperada. Alejandro, totalmente inadvertido, no supo cómo reaccionar, así que no hizo nada, antes de poder tomar una iniciativa de cualquier tipo, ella ya lo había soltado y su atención se había vuelto a enfocar en su hija, que ahora representaba un monólogo frente a los padres y madres del instituto. Más rápido de lo que esperaban, se habían encendido nuevamente las luces y empezaron a salir del lugar.

Cuando aparecieron los pequeños actores, vieron correr hacia ellos a Lucía que venía aún con su vestuario y  todo el maquillaje ya corrido. Era una muchacha de 10 años y, en el último mes, las piernas le habían crecido abruptamente, de modo que al verla correr parecía casi como si aquellas fueran piernas nuevas. Cuando llegó a ellos los abrazó fuertemente, su papá le dio un ramo de flores y madre le besó todo el 

Bailarinas de ballet infantil

rostro una y otra vez. En medio del relato alborotado y ansioso en que les contaba las menudencias de su debut, los tres se encaminaron a cenar en un restaurante local donde continuaron su velada entre felicitaciones y festejos.

Esa noche, sin embargo, cuando todo estaba en silencio y ya no había ningún deber más que el de descansar y olvidar lentamente los detalles entre las nieblas del subconsciente, Helena no podía olvidar, no podía ni siquiera mantener los ojos cerrados. ¿En qué pensaba? Pocas personas se habrían animado a suponer que pudiera tener algún tipo de preocupación, ni siquiera su esposo, o mejor dicho, especialmente él. Nadie la podría definir como una persona tímida, aunque si alguien se hubiese tomado el tiempo de mirar con más detenimiento, se habría dado cuenta de que aquella mujer tan elocuente, nunca había dicho ni una sola palabra sobre ella a nadie, o por lo menos, ninguna palabra que indicara un poco acerca de lo que pudiera mantenerla despierta por las noches.

¿Era porque buscaba esconder algo? Si ella hubiese mirado hacia adentro de sí, que nunca lo había hecho, no habría encontrado nada para esconder y tampoco hubiese encontrado nada para contar. Esto no se debía a que hubiese pasado su vida entera en una capsula sin vivir nada digno de ser contado, no, pero ella no recordaba, no buscaba en su pasado y nada que no estuviese pasando justo ahora y fuera concreto, no era para ella un tema de conversación. Uno pensaría que todas las personas albergan grandes cuestionamientos, pero es un hecho que muchos a penas si se preguntan por lo más cotidiano y práctico de sus vidas, ¿son felices? Sí, lo son y no les falta nada. Helena pertenecía a esa clase de persona y su esposo también.

CAPITULO II

Llevaban una vida pacífica y bien resuelta, habían tenido una hija en el momento más adecuado y la querían con dedicación. Tenían una casa que habían heredado de la madre de Alejandro y cada 15 días venía alguien a hacer el jardín. Pocas veces discutían y muchos días pasaban sin que tuvieran tiempo de cuestionarse nada entre ellos. Trabajan mucho y el resto del tiempo lo dedicaban a apoyar a su hija en los deberes y actividades extracurriculares que había escogido, pero que cada cierto tiempo, cambiaban. Llevaban 12 años casados, más 5 años de noviazgo. Se conocían, se respetaban, pero, ¿se amaban?

Para su propia sorpresa, ésta pregunta era la que mantenía despierta a Helena. Hoy cuando había tomado la mano de su esposo, lo había sentido como a un maniquí y por eso, estaba tan inquieta. Intentaba buscar en el pasado los momentos que habían estado apasionadamente enamorados, pero no podía, ella no hacía eso. Nada había en el pasado para ella y si lo hubiera, ¿de qué le habría servido? Aquello no era real, no estaba pasando ahora, no existía. Alguna vez, en medio de una situación social, Alejandro había comentado que su matrimonio era la mejor asociación que había hecho en su vida y a ella, le había gustado escuchar aquello, pero ahora, se preguntaba si eso era lo que debía haber entre ellos, una asociación.

Al día siguiente, luego de despedir a Alejandro y a Lucía desde el portal, se quedó sola en la casa silenciosa. Era tanto el vacío que sentía en ese momento, que se le ocurrió lo que jamás había hecho y buscó el álbum en el que había puesto las fotos de su boda, junto con algunas otras que habían quedado sueltas. Al abrirlo se vio a sí misma parada junto a Alejandro en el portal del registro civil. Ella llevaba un vestido azul que le había regalado su suegra, y él una camisa blanca en combinación con pantalones plisados negros. Ambos sonreían. El resto de las fotos eran similares, acompañados por algunos amigos y su familia, se veían complacidos. Esto despejó ligeramente la nebulosa que aun no llegaba ser un conflicto en su mente. Se levantó del sofá y se fue a servir un vaso de agua fría, vació lo que quedaba de la jarra y lo tomó, dejándola en la mesa de la cocina y ocupándose del papeleo que debía resolver para el día siguiente.

Cuando cayó la tarde, Alejandro volvió a la casa junto a su hija, llenó la jarra con agua, la puso en la nevera y emprendió la tarea de hacer la cena. Esa era la única hora que tenía Helena para disfrutar con Lucía antes de que ella tuviera que empezar su rutina de tareas y obligaciones, la usaban para jugar a la cartas, dibujar, jugar a la vendedora o cualquier otra ocurrencia que tuviera la niña ese día. Cuando terminaron de comer, Helena limpio la cocina, mientras Alejandro se dedicó a acompañar a Lucía a hacer sus tareas. Un día como cualquier otro, nada nuevo, todo perfectamente bien, ¿entonces por qué Helena sentía ese sabor agridulce en la boca mientras lavaba los trastes?

Cuando hablamos del amor, esperamos que sea todo lo que nos han prometido en las grandes historias del cine y la literatura. La pasión, el romance, incluso el conflicto es parte de todo aquello que deberíamos atesorar, pero ella jamás había vivido nada así. Se había casado porque era lo próximo que podría emprender con su pareja, ellos se querían, pero nunca se habían mirado a los ojos entre las lágrimas confesando su amor. No dormían abrazados, porque era incomodo y ambos sufrían de las cervicales. Hace años que se besaban con ligereza y rapidez al saludarse de vez en cuando, ninguno de los dos era extremadamente cariñoso. No se tomaban la mano cuando iban por la calle, para no estropear la vialidad y además, a Alejandro siempre le habían sudado las manos. Nunca se lo había cuestionado, pero ahora se preguntaba si todo aquello estaba mal y si habían escogido aquella vida sólo por no tener otra como opción.

CAPITULO III

Hombre leyendo un libro

Después de despedirse de su hija, que ya estaba bañada, vestida y acomodada en la cama, se fue a su pieza donde Alejandro leía unos documentos del trabajo. Se veía envejecido y estaba muy tranquilo en ese momento, la miró recostada en el marco de la puerta y le sonrío brevemente antes de seguir su lectura. Ella se preparó para a ir a la cama, y cuando las luces estaban apagadas, extendió su mano hacia la mano de su marido y lo tocó con la puntas de sus dedos. Él ya estaba dormido.

A la mañana siguiente Helena se despertó y, como solía suceder los martes, Lucía y Alejandro ya se habían ido. Bajó y encontró en desayuno que él había preparado junto a la sorpresa de que le había reservado un tazón de ciruelas y lo había guardado en la nevera. Ella amaba las ciruelas y las comía con gusto mientras le volvía la extrañeza de estos últimos días. Se sirvió un vaso de agua fresca y desayunó. Mientras revisaba los documentos que le correspondían de su trabajo, no podía dejar de pensar que algo se le estaba escapando. Sentía que algo estaba resolviéndose dentro de ella, pero no entendía, tal vez sí había algo para mirar adentro suyo. Aquello era nuevo en ella, así que no sabía cómo empezar. Simplemente se sentó en el sofá y se observó con ojo clínico.

¿Qué sentía en ese momento? Estaba tranquila, todavía sentía la satisfacción de las ciruelas, había dormido un poco más de lo normal y nadie la había despertado. Se daba cuenta de que estaba cómoda en su piel, que su casa era un lugar armonioso, podría jugar con su hija cuando llegara del colegio, nadie la apuraba y ella estaba feliz con la vida que habían construido… Quizás ahí estaba el meollo del asunto. Ellos habían construido esa vida, ella y Alejandro, juntos, erigieron un hogar donde se sentían a gusto y él se complacía en admirar lo fácil que podía la vida que escogían. Pensó en todo lo que había hecho ella para poder obtener eso y cuando empezó a recapitular lo que él hacía, se sorprendió sonriendo mientras pensaba que la única persona en esa casa que tomaba el agua fría era ella y sin embargo, nunca había llenado la jarra. Lucía no toleraba la temperatura en sus dientes, porque, al igual que su padre, sufrían la sensibilidad de sus encías y sin embargo Alejandro llenaba la jarra diariamente para que ella pudiera tener agua fresca. Nunca la había pensado.

Hacía tanto tiempo que las cosas eran de la misma forma, que ya nunca se cuestionaba sobre éstos pequeños hábitos que ambos habían desarrollado para complacerse al uno al otro. Ella llevaba a Lucía al parque los domingos para que él pudiera leer y disfrutar de la soledad de la casa, él se encargaba de hacer las tareas con Lucía a sabiendas de que Helena aún conservaba muy malos recuerdos de su formación primaria. Eran hábitos, no grandes gestos apasionados. Comportamientos automatizados que con los años habían construido una armonía inquebrantable en su hogar. ¿En qué se basaban? Asunciones y descubrimientos de la convivencia. Con los años Alejandro había aprendido una gran parte de los gustos más simples de su esposa y ella también lo había hecho así también, iban silenciosamente agasajándose sin decir nada, ni siquiera gracias. Era tan fácil y tan natural porque nunca se habían parado a preguntarse si aquello era amor, simplemente lo sabían.

Cuando nació Lucía, toda esa pasión que no habían aprendido a desarrollar en su relación de pareja, se había volcado en su hija a quien dedicaban la más absoluta adoración. Todo lo que ellos no habían recibido, lo habían aprendido repentinamente para poder brindárselo a ella. Helena recordaba como Alejandro sostenía a su hija recién nacida mientras la contemplaba, y de repente toda esa memoria, se había hecho real para ella, eran hechos, no eran espejismos o ilusiones de un pasado mejor. Qué bonito lugar que había encontrado dentro de ella, eso pensaba mientras unas lágrimas cálidas le brotaban sin esfuerzo. Todo lo que estaba sintiendo mientras se miraba, le confirmaba nuevamente que aquello que descubría en su interior, era real y le pertenecía. Qué día maravilloso para mirar donde nunca se le había ocurrido mirar.

CAPITULO IV

Cuando llegaron, ella ya había vuelto a evocarse en sus tareas cotidianas. Alejandro y Lucía entraron haciendo un escándalo porque la niña había logrado descifrar uno de los famosos acertijos de su padre. Ambos se reían cuando se encontraron con Helena en la sala. Ella besó y abrazó a su hija, también le dio un beso en la mejilla a su esposo. Se había asegurado de ordenar la comida de la cena, para que así los tres pudieran jugar antes de que empezara la rutina escolar. Se acomodaron en la mesa de la sala, jugaron con las cartas, cenaron, la tarea fue hecha y se alistaron para terminar otra día como cualquier otro. Eso sí, había más alegría en Helena de lo usual, su intimo descubrimiento impregnaba de luz todo aquella rutina.

Ella había disfrutado mucho aquel lugar que había visitado, era un lugar cálido y lleno de paz, lo que había dentro de ella, a diferencia de lo que había pensado desde el principio, era un conjunto de certezas y oportunidades para sanar cuando sintiera inquietud. Se sentó en la orilla de cama y miró una vez más antes de que se terminara el día. Alejandro salió del baño, inadvertido y sin pensarlo demasiado le pregunto:

  • ¿Crees que nosotros nos amemos como todos se aman?

Semejante pregunta lo dejó completamente fuera de lugar, pero al ver la sonrisa que Helena le dedicaba, entendió que aquello no era más que una de esas preguntas que se hacen las personas pero que no buscan ninguna respuesta en particular. La miró con una mirada de complicidad, amable como siempre había sido, le dijo:

  • No creo, me parece que la gente no se ama casi nunca, solo inquietan.

Ambos se rieron, no mucho, porque ellos no eran así. No eran apasionados, no tenían conversaciones interminables sobre el mundo y sus infinidades, rara vez se enfrascaban en inconformidades y bendecían sus rutinas diarias. Llevaban muchos años mirándose a los ojos y encontrando siempre lo mismo: Una promesa tranquila, la propuesta de quererse con simpleza y sin ningún tipo de extravagancias, completamente protegidos de aquello que no entendían ni querían entender del mundo.

Él siempre agradecido, sin tener que decir nada, aceptaba que aquello era bueno y no necesitaba saber el por qué, todo lo que quería conocer de Helena, lo había vivido junto a ella y lo que aún no llegaba a vislumbrar, ya tendría tiempo para presenciarlo. Las decisiones que habían tomado a través de los años, pensadas de manera práctica y objetiva, los habían unido y ellos se sentía bendecidos sin darse cuenta acaso que muchas personas buscan sentir eso.

Se fueron a dormir, y en medio de la oscuridad, ella volvió a rozar la mano de su esposo con la punta de los dedos. Esta vez él, que aun no se había dormido, se la tomó con delicadeza y se la llevó al pecho. En aquel momento algo se expandió dentro del cuerpo de Helena. Ella podía verse ahora, lo que veía le era maravillosamente grato, en su cuerpo estaba prosperando una nueva manera de amar a sabiendas, con ansías de ocupar sus días en eventos que luego podría recuperar, endulzados por el tiempo y embellecidos con la ilusión de verse a uno mismo crecer.

Pareja durmiendo