fbpx
El Cristo redentor observando Brasil desde las alturas

Premoniciones

Sentía como la madera se desplazaba suavemente sobre el agua calma, sus pies iban chapaleteando en el charco que las olas salpicaron dentro de la balsa, toda la luz que se reflejaba en el mar le iba rociando el rostro de destellos que no le permitían ver hacia donde se estaba dirigiendo. ¿Qué hacía ahí? Parecía no importar en aquel momento, como si supiera, de alguna manera, que todo aquello estaba bien y que no había otra manera de proceder que no fuera continuar hacia adelante.

CAPITULO I

De repente, entre la claridad se empezó a revelar un arco y en lo que su estructura cubrió la luz del sol, ella pudo ver un portal de madera tallada con dibujos indistinguibles, adornado con flores de colores llamativos. La balsa se acercó hasta chocar suavemente con un muelle donde varias mujeres esperaban y una de ellas le tendió la mano para ayudarla a subir. La abrazaron y besaron, le dieron la bienvenida candorosamente y la invitaron a caminar por unas escaleras de madera bastante desgastadas que parecían trepar infinitamente por una piedra enorme.

Ella  siguió los escalones, subió, subió y subió, pero no había tal cosa como el cansancio, simplemente  flotaba hasta la cima. Cuando llegó encontró la entrada a un salón que estaba erigido sobre un lago, tenía un camino de madera igual a las escaleras que iba por el medio de la estancia y donde podría haber estado el suelo, solo había agua cristalina que dejaba ver piedras en la profundidad. Se encontró con una fila de personas que iban avanzando lentamente, ¿de dónde había salido esa gente? No parecía preocuparle entonces, todos sonreían esperando su turno. Cuando por fin llegó el suyo, atravesó la puerta del recinto y se encontró con un azul inmenso dividido en cielo y mar, frente a ella se alzaba el cuerpo inmenso del Cristo redentor que intentaba abarcar todo Río de Janeiro entre sus brazos. Abajo, todo era ciudad infinita, sintió ganas de estallar en una carcajada, qué alegría le colmaba en aquel momento cuando, sin querer e incluso haciendo uso de su fuerza para que no pasara, despertó.

Llegando al Cristo Redentor tras un largo viaje

CAPITULO II

La sensacion de despertar de un sueño que te gusto mucho

A su alrededor se revelaba su habitación oscura a causa de las cortinas, revisó su celular y eran las 10 am, quedaba tanto día por delante, mejor sería volver a dormir. Volvió a dormir y en medio de un descanso inquieto, no pudo volver a soñar con Brasil. Ahora con la luz del día filtrándose entre las rendijas, todas eran imágenes confusas y pesadas de las que sólo pudo rescatar a penas un fragmento en el que caminaba por el campo y escuchaba el sonido del tren. Cuando volvió a despertar era ya más de medio día. Aún durmiendo todas esas horas, los días se extendían infinitos frente a ella. Mientras se separaba lentamente de las imágenes de su ensoñación confusa, iba aterrizando nuevamente en la realidad. A diario hacía el mismo recuento: Estoy sola, no hay mucho que hacer, no estoy esperando nada.

Al levantarse, fue hasta el jardín para regar las plantas y limpiar la maleza, entró para hacerse un café y tostó un pedazo de pan solitario abandonado en el fondo de la bolsa.

 

Mientras se lo comía con manteca, miraba por la ventana y pensaba en la noche que había dejado atrás. Qué hermoso era el mar con el que soñaba, absolutamente cristalino y familiar. Hacía mucho tiempo que ella no iba ninguna costa, sin embargo, el mar que siempre había visitado en su infancia permanecía completamente intacto en su memoria.  Soñaba con la misma  orilla una y otra vez, fantaseaba con vivir frente al mar. La vida nunca la había conducido hacia los caminos que siempre había querido tomar, de vez en cuando se preguntaba si era la vida o era ella misma la que había tomado la decisión, siguiendo los rieles de un destino pre fabricado para ella. ¿Quién se puede dar el lujo de costearse semejantes libertades?, ¿Cómo alguien, que paga una renta, cobra un sueldo limitado y lleva una vida modesta, se toma un día un vuelo hacia Río de Janeiro solo para disfrutar de 15 días de aventuras?

Todos los días tenía el mismo argumento consigo misma en el que se justificaba una y otra vez, diciéndose que las vidas que añoraba estaban fuera de su alcance y que no había nada que ella pudiera hacer al respecto más que disfrutar de sus sueños e intentar que duraran la mayor cantidad de tiempo posible, aún así la conversación se repetía infinitamente en su cabeza y la dejaba con una insatisfacción profunda. Quería enamorarse otra vez, viajar, entregarse a la incertidumbre… En cambio se quedaba en su casa, trabajaba desde el escritorio de su cuarto y se aislaba. En el fondo es cierto que las personas son animales de costumbre y a ella le perturbaba haber sostenido esos hábitos durante tanto tiempo hasta haberlos convertido en un estilo de vida. Miraba a Julia Roberts en una película aventurarse por Europa comiendo la más exquisitas delicadeces culinarias, mientras ella se tomaba una sopa de sobre desde su sofá, intentando desprenderse de esa vida usando sólo la imaginación.

CAPITULO III

Estaba asomada en la ventana de su habitación, se podía ver la orilla de la playa a lo lejos, repleta de cuerpos ansiosos por mostrase ante el sol. Su habitación estaba completamente iluminada, el día recién empezaba y prometía nuevas aventuras. Era Domingo, se escuchaba como el tráfico había disminuido en las calles, se había apaciguado momentáneamente la vorágine de Río, los clubes nocturnos se reinventaban como locales diurnos y en las mesas de la vereda la gente tomaba guaraná para darle cura a la noche agitada del sábado. Se bañó, perfumó y vistió para salir a hacer compras de domingo, pero principalmente para pasear por los mercados, era una de sus actividades favoritas para finalizar la semana.

Disfrutaba del clima, el verano se había terminado y la atmosfera estaba templada, el sol era radiante, pero la brisa le movía la falda del vestido y le envolvía el rostro en sus propios cabellos, que se acomodaba una y otra vez, negándose a sujetarlos. Cuando llegó al mercado, empezó el recorrido que ya había automatizado. Aún no se acostumbrada a la fragancia de las estanterías llenas de frutas infinitas. Debido al calor, la fruta se maduraba a toda velocidad, impregnando todo con un olor denso y dulce que invadía los sentidos e incluso mareaba por momentos, generando una sensación de embriaguez a la que ella le adjudicaba la culpa de sus excesivos gastos.  No podía evitar llevarse a la boca toda fruta nueva que no aún no hubiese probado, incluso las frutas amargas le producían satisfacción y esto muchas veces le causaba risa a los fruteros que le explicaban que la mejor manera de comer la fruta del cajú, no era precisamente morderla de buenas a primeras. Las personas del mercado ya la conocían por su atropellado portugués y su voracidad frutal, la muchacha se había hecho parte del paisaje del domingo y ellos la recibían e incluso esperaban, le guardaban las frutas más dulces, pero también las más amargas para dárselas a probar y reírse de la obstinación que tenía por saborearlo todo a pesar de las advertencias.

Había alguien en ese mercado que la esperaba más que nadie, alguien que más que considerarla parte del paisaje, la reconocía como paisaje mismo y protagonista de los domingos. Lindomar era un hombre de 37 años, había pasado los últimos 11 años conduciendo un camión, trasladando mercadería por el estado de Roraima y viajando sin descanso. Había vivido adentro de su camión por tantos años que un día simplemente olvidó lo que significaba tener un hogar, se sintió solo, cansado de conocer a los viajeros del camino y no poder conservar los vínculos momentáneos que iban alimentando en él la necesidad de establecerse en un lugar. Venía de una familia muy amorosa que había atravesado siempre necesidades económicas y el sueño de poder vivir cómodamente, lo había  anclado a su camión por todos esos años. Un día, mientras conducía hacia Porto Velho, se miró en el retrovisor para encontrar que la piel alrededor de sus ojos se había empezado a marchitar a causa de tantos desvelos, se paró en la orilla del camino para mirarse y sintió angustia al pensar que la vida se le había ido rodando. Ese día decidió tomar todo el dinero que había estado juntado sin propósito particular y se fue a Río, donde compró un piso bastante pequeño, parecido a su cabina de camión y puso un puesto de frutas en el mercado. No se podría decir que estuviera esperando nada, disfrutaba de esa permanencia, no acobijaba ningún plan hasta que empezó a encontrarla a ella todos los domingos.

CAPITULO IV

Llevaba más de dos meses viéndola pasar, ya había conversado con sus otros colegas acerca de su afición a las frutas, por lo que Lindomar había empezado a mandar pedidos de las frutas más difíciles de encontrar en el mercado, frutas que rara vez los cariocas venían a buscar. Las acomodaba para que se destacaran entre las otras, incluso puso un letrero que las anunciaba, pero el mercado era enorme. Ella nunca se detenía en su puesto, las frutas no se vendían, terminaba llevándoselas a su casa, congelándolas  y haciéndose batidos de todo tipo por las mañanas. No había manera de que la muchacha lo notara y su timidez le impedía definitivamente acercarse a ella. Sin perder las esperanzas, todos los días reacomodaba el mostrador y, si bien sentía ansiedad de verla llegar, se complacía con mirarla andar, escuchando a lo lejos su voz.

Ese día la vio aparecer, estaba hermosa como siempre. Buscaba, quizás habría terminado finalmente de probar las frutas más vendidas, parecía estar determinada a encontrar algo diferente. Caminó por el primer pasillo, Lindomar veía sus ojos enmarcados entre las repisas de frutas, se notaba como arrugaba el entrecejo intentando formular sus preguntas y observaciones. Avanzaba lentamente hasta que llegó al segundo pasillo, el cabello le estorbaba en el rostro y ella lo apartaba pacientemente, se secaba la frente perlada por los vapores del mercado. Sus ojos y su nariz, navegaban por las estanterías como un barco que se enfrenta a la corriente, investigando los misterios de la oferta carioca. Al llegar al tercer pasillo, le dio vergüenza seguir mirándola, él estaba en el cuarto pasillo y temió ser descubierto en su indiscreción. Le agarraron nervios y empezó a reordenar las cosas de la estantería, se sentía como un tonto pero al mismo tiempo se sonreía intentando recordar cuándo había sido la última vez que se había comportado de esa manera tan infantil. La ansiedad lo hizo renunciar a todos sus propósitos y se escondió en la parte de abajo del mostrador para reacomodar unas botellas de conserva que guardaba. Sentía que había pasado una eternidad poniendo y quintado botellas para volverlas a poner en el mismo lugar, cuando escuchó que una voz muy suave pero firme llamaba. Él se levantó tan rápidamente que, del impulso, casi cae hacia atrás.

Ella estaba ahí sonriéndole y él se apresuró a atenderla. Mientras ella le preguntaba por sus frutas exóticas, él no podía dejar de sentir que una oleada de irrealidad lo estaba llevando. Cuando has imaginado tantas veces un escenario, has repasado el diálogo infinitamente y por fin se presenta la oportunidad, es curioso como todo parece fluir para cualquier lugar totalmente inesperado.

La abundancia de las frutas en Brasil

Se encontraba encantada con el frutero, había algo en su mirada que era realmente cálido y diferente. Si bien su portugués era rudimentario, él la entendía a la perfección y ella sin bochorno le iba mostrando en fragmentos de conversación cotidiana, la necesidad tan grande que tenía de conectar con alguien más y compartir. No podía dejar de notar su dentadura blanca porque él no paraba de sonreír y se sentía tan sincero su entusiasmo, que se contagiaba y notaba que se le escapaba la sonrisa a ella también. Él le picaba trozos de frutas dulces para que ella probara, ella de un solo bocado los dejaba estallar y saturar por completo todos sus sentidos con sus texturas, sus sabores ácidos y toda la fructosa que colmaba por completo su paladar. Eran un acto tan íntimo, tan primitivo, que a Lindomar le daba bochorno mirarla, pero de reojo no podía evitar complacerse en su entrega. Estuvo más de una hora y media en el puesto. Hablaron de la ciudad, de las frutas, del camión, de los viajes, y, entre todos los datos de color, se dejaron saber un poco sobre sus vidas. Ella se sentía intimidada y al mismo tiempo atraída hacia él, pero entre ese torbellino de emociones recién despertadas, había una que colmaba por completo ese momento, sentía compasión. Ella supo ver, a través de sus anécdotas, que aquel era un hombre muy solitario y no pudo evitar reflejarse en ello, ambos habían pasado tanto tiempo aislados, que en ese encuentro no podían más que emocionarse mientras se miraban llegar. Había en esa conversación una tensión insoportable, y al mismo tiempo totalmente placentera. Se miraban como quien mira sin querer mostrar lo que pasa por su mente, pero determinados a descubrir qué es lo que hay en la mente del otro.

CAPITULO V

La estación de trenes desde la ventana de su casa

Basta. Basta de ensueños. Se paró rápidamente de la computadora, ya no soportaba escribir más, se lastimaba con cada palabra que iba agregando a un relato que deseaba para sí misma. Caminó hasta la ventana, lejos de encontrarse con el mar, se encontraba con la estación de trenes principal, la ironía de toda aquella situación estaba empezando a dejar un sabor amargo en su boca. Escuchó el sonido del tren que se acercaba a la estación, se detuvo para dejar subir a las personas y continuó su camino. ¿Pudiera ser que ella realmente estuviera escogiendo esa vida? Se laceraba pensando como su soledad le hacía escapar a escenarios imaginarios para poder encontrarse, aunque fuera por un minuto, siendo la protagonista de una vida que realmente amara. Encendió un cigarrillo, ya sabía que en esa vida que buscaba ella no fumaba, pero ya estaba ahí encallada, se lo permitió. Mientras fumaba vio pasar dos trenes más, la gente se iba, algunos llevaban sus maletas, ¿a dónde irían? El mundo parecía moverse a toda velocidad mientras ella se detenía frente a su ventana a pensar. Apagó el cigarrillo, se frotó la cara como si acabara de despertar, estaba harta de tanta palabrería incesante en su cabeza. Después de todo, no había nada que realmente pudiera impedirle salir. Por su cuerpo se extendió un escalofrío general, su padre diría que le pasó la muerte cerca, pero es muy probable que ese día, lo que se había acercado a ella tuviera mucho más que ver con la vida que con otra cosa. Se fue directo al escritorio, apagó la computadora, tomó sus cosas y se fue al mercado a comprar algo para cocinarse a la noche y quién sabe, quizás algunas frutas también.