Chica reflexionando en la playa

Ítaca

Miraba como se iba sumergiendo el sol en el mar, dejando atrás una explosión de colores en fuga que iban hundiendo la playa en las penumbras. Ella miraba toda la escena mientras sentía como su piel mojada se crispaba de frío cuando pasaba la brisa, se abrigo pero aún no recogió sus cosas para irse. Ya no quedaba casi nadie en la orilla cuando empezaron a aparecer las estrellas. Sentía que adentro de su cuerpo algo se comprimía hasta arrugarse como una pasa de uva y cada cierto tiempo le brotaban las lágrimas de alma, pensando que nada sería igual. Cuando apareció la Luna en el cielo y la  arena se volvió a iluminar, terminó de recoger sus cosas para volver a casa. Todavía se enjugó unas últimas lágrimas antes de emprender el camino.

CAPITULO I

Al llegar, otra vez recibió un pinchazo en el estómago. Todavía no había tomado la fuerza para volver a reorganizar la sala y casi se podía delimitar el territorio que ocupaban las cosas que Gael se había llevado consigo. Todo parecía incompleto y faltante, el juego de muebles, ya de por sí bastante impar, ahora estaba a medias y el exceso de espacios vacíos hacía retumbar el eco de sus pasos. Algo muy similar estaba pasando dentro su cuerpo, sentía que ahora había un eco en el cuerpo que le devolvía sus propios pensamientos repetidos una y otra vez, no podía dejar de regresar a una minuciosa recapitulación de todo lo que pudo haber sido diferente y no fue. En vez se sentarse en el único sofá que había quedado, se sentó en el piso, justo en el medio de la sala y terminó acostándose para mirar al techo donde el friso se iba cayendo lentamente para dejar figuras confusas, como nubes.

No podía evitar pensar que dentro de unos días ella también tendría que irse, ya no podía seguir pagando el lugar sin tener que hacer un enorme sacrificio y no sentía la fuerza para buscar otro trabajo, ni siquiera había tenido la iniciativa para reacomodar las cosas durante esos dos últimos meses para sentir que al menos, aunque más vacío, ese seguía siendo su hogar. Ya no lo era, era un constante recordatorio de cosas buenas y no tan buenas que había vivido junto a él. Eso le generaba frustración y ella la procesaba como enojo, lo que la hacía sentir  aún más lastimada. Se levantó para comer algo, pero no había mucho para preparar en la nevera y el simple hecho de pensar en volver a comerse las croquetas que le había llevado su madre recalentadas en el micro ondas, le generó una falta de apetito fulminante, yéndose a dormir sin nada en el estómago, más que el nudo que había estado tratando digerir desde hace quien sabe ya cuantos meses de incertidumbre.

Hace dos meses, Gael le había dicho: ¿No piensas que es lo mejor? Y ella había respondido que sí, sólo porque su soberbia no le permitió sincerarse y decir lo que ahora se repetía constantemente en los diálogos interminables que tenía a diario con ella misma. De todas formas, ella sabía que eso no habría cambiado nada y sólo la habría hecho sentir aún peor, no lograba sacarse la idea de la cabeza de que ella había perdido en una especie de competencia de la cual no estaba al tanto hasta ese momento. Sabía que eso estaba mal, pero aún lo sentía así y se daba cuenta de que aquella herida no solo la llevaba en el corazón, sino también en el orgullo. Todo el amor que había sentido, ahora lo sentía totalmente transformado en resentimiento. Para ella la peor parte era el saber que todo aquello estaba mal y aún así sentirlo, le daba vergüenza hablarlo y se recriminaba constantemente sus comportamientos. ¿Pero qué podía hacer? Ella sentía eso y no otra cosa, por más veces que se auto disciplinara, siempre esa misma voz aguda y desagradable le repetía: Perdiste, y ella no podía negar aquello que se le afirmaba en corazón  porque el hecho de estar atrapada en semejante situación, incluso si fuera una construcción de su mente, ya lo consideraba una perdida contra de la peor parte de sí misma.

CAPITULO II

Cuando todo esto había empezado, todos esos silencios, la sensación de que había un elefante en la habitación acompañada del miedo de hablarlo y generar un nuevo conflicto, ella recién había empezado a sentir la satisfacción de haber encontrado los firmes cimientos de una vida mejor. Por fin habían comenzado a darle forma al piso que estaban alquilando, a cada uno de ellos le habían regalado algún mueble, repisa y utensilios que hacían de las casas lugares habitables y cálidos. Siempre que pensaba en eso, no podía evitar recordar a Gael usando un pincho de carne como tenedor, sonreía pensando en cómo se turnaban la única cuchara que había para tomarse la sopa. Es cierto que podrían haber comprado un juego de cubiertos plásticos, pero había algo en todo aquel juego y complicidad que los hacía reírse a carcajadas y tomarse la sopa fría sin sentir la más mínima inconformidad. Incluso habiendo disfrutado de toda aquella austeridad, ver cómo la casa se iba llenando de nuevas oportunidades para empezar su vida juntos, los había mantenido bastante entretenidos y felices. Irónicamente, cuando por fin el piso, con muebles todos distintos, repisas de todos tamaños y cubiertos disparejos, se empezaba a parecer cada vez más a un refugio, se fue llenando de manera inadvertida de ausencias cada vez más difíciles de disimular.

El problema con todo aquello no era el hecho de que las cosas hubiesen terminado, o tal vez no era el problema principal, era más bien la insaciable necesidad de saber por qué. ¿Cómo no se había dado cuenta de que, mientras ella se dejaba seducir por todo lo que prosperaba, en él estaban naciendo nuevos confortamientos que luego serían imposibles de reconciliar?, lo que más le molestaba de todo aquello era que él no le hubiese dado la más mínima advertencia antes de resolver por completo su partida. No entendía aún cómo se había convencido a sí misma de que, de haberlo sabido antes, habría podido detener esa resolución en él y entonces nuevamente terminaba reprochándole el engaño, la conspiración que había detrás de darle un beso mientras pensaba secretamente en abandonarla a su suerte y llevarse la mitad de todo, incluso la mitad de todas sus satisfacciones personales que habían sido alcanzadas con un esfuerzo indecible. Algo que tenía que cambiar para poder dejar de investigar los recovecos de su mente de manera compulsiva.

Repentinamente empezó a sentir como su corazón se aceleraba mientras yacía en su cama, algo nuevo y abrumador se estaba apoderando de ella, un impulso. De alguna manera su cerebro había empezado a resolver una nueva idea sin antes avisarle, de modo que se sorprendía de lo en ese momento invadía su cabeza. Era refrescante, era algo nuevo y por primera vez en meses volvía a retomar la fiereza que había alimentado todos sus grandes emprendimientos. Sacaba cuentas a toda velocidad, tenía el dinero del depósito y alquiler de un mono ambiente en el centro, cuyas pareces dejaban pasar el sonido de todos los otros inquilinos como si fuera cartón. Había llegado a un acuerdo directamente con el dueño y todavía no firmaban ningún tipo de contrato. Saltó de la cama como si hubiese caído en un trampolín y empezó a buscar en su computadora. Había varios destinos económicos, miraba los nombres de todos esos lugares y buscaba fotos que parecían como ventanas mágicas a realidades totalmente incontenibles en el reducido espacio que había disponible en su cerebro. Mientras miraba, una entidad mucho más grande se manifestó para tomarle la mano y dirigirla directamente a un pasaje de avión que iba a Grecia. De ahí en más, todo fue automático y al día siguiente a penas recordaba haber comprado un pasaje de avión que salía dentro de 2 días a un país completamente desconocido.

CAPITULO III

Al despertarse, tardó más de media hora, mientras daba vueltas en la cama, en recordarlo todo. Mientras se desperezaba, las imágenes de sus impulsos nocturnos caían lentamente en ella como una gotera que se convirtió en un manantial incontenible de información que la dejó completamente rígida y agobiada en el medio del colchón. Nuevamente saltó de la cama a la computadora para buscar evidencias de todo aquello y ahí encontró el pasaje virtual. Estuvo aún 15 minutos más sumida en el más profundo de los silencios, cuando se dio cuenta de que ya era hora de encontrarse con Marcelo, quien le iba a presentar el contrato de ingreso a su nuevo mono ambiente de yeso. Se desesperó, apagó el celular para no escuchar nada y empezó a recoger sus cosas en una maleta como si estuviera emprendiendo una fuga desesperada de la escena del crimen. Como tenía su ropa ya acomodada, pues de todas formas se mudaba pronto, simplemente metió una pelota indiferenciable de prendas junto a todos sus artículos de baño y se fue al departamento de sus padres que habían salido por el fin de semana largo. Sentada ahí pensó que debía salir en un vuelo al día siguiente. Preparó todos su documentos, corrió al banco para habilitar el uso de su tarjeta en el exterior y casi 24 horas después, a las 5 de la tarde, estaba ella con la misma ropa y una maleta en el medio del aeropuerto esperando su vuelo, si antes no había podido silenciar sus pensamientos, ahora no podía articular ningún tipo de idea y se entregaba mecánicamente a todo el procedimiento necesario para irse, sin detenerse un solo instante para preguntarse si todo aquello era real.

Recién cuando el avión llevaba 3 horas de haber despegado, le empezaron a sudar las manos,  sintió la desesperación de estar encaminada a un lugar que no conocía, con un lenguaje completamente diferente y absolutamente sola. ¿Qué podía hacer más que dejarse llevar por ésta afluencia de decisiones apresuradas y escuetas? Ni siquiera sabía si el dinero le alcanzaría para estar quince días en ese país y pagar todo lo que ahora necesitaría para enfrentar semejante desafío. Cuando pasó la aeromoza, se tomó una pequeña botella de vodka barato de avión y se quedó dormida por la angustia, más que por el cansancio.

Cuando abrió los ojos estaban por aterrizar. Era de noche, ni siquiera le dio oportunidad de husmear por la ventanilla y ver las luces confusas del lugar a donde estaba llegando. Todo ese trajín fue confuso y errático, en migraciones tuvo que dar una escueta explicación en inglés que, mal que bien, se había entendido lo suficiente, pero afuera, nadie hablaba otro idioma además del griego. Después de estar una hora entera intentando a través de las mímicas pedir a una taxista las indicaciones para ir a un hotel económico, el grupo de hombres que parecían aficionados a las charadas, la metieron dentro de un auto que la dejó en una posada cercana al mar.

Viaje en taxi

CAPITULO IV

Cuando pudo entrar finalmente a su habitación, la sensación de irrealidad, junto al desfase horario, la dejaron totalmente desmayada y sin desvestir en la cama donde despertó al día siguiente con la certeza de haber vivido la mayor confusión de su vida. Esa mañana que parecía acaso un evento totalmente ajeno a toda línea temporal, buscó un teléfono local para poder llamar a sus padres a quienes ni siquiera se le ocurrió contarle todo aquel disparate, simplemente les avisó que se había quedado sin teléfono y que pasaría unos días en la costa con una amiga. El celular quedó totalmente sepultado bajo la maleta debido al pánico que le producía encenderlo para ver cómo ardía el mundo que había dejado atrás. En la recepción encontró a una mujer de unos 53 años aproximadamente que parecía un ángel sentada atrás de la mesa, su nombre era Idylla y con un diccionario de segunda mano que había comprado en la tienda de recuerdos,  le explicó en un lenguaje más bien de las cavernas, lo perdida y confundida que estaba. La mujer soltó una risotada completamente cristalina y llamó a un hombre para que le cubriera el puesto, la tomó de la mano y se la llevó por la calle hasta conducirla a un local muy sencillo y pintoresci donde se sentaron a desayunar y entre mímicas, palabras a penas entendibles y mucha pasión por comprenderse, alzaron las bases de lo que sería la amistad más hermosa que habrían construido en sus vidas.

Muchos años después, esos días en Grecia serían una nebulosa difusa que recordaría como un sueño que había tenido alguna vez y del que diariamente perdía cada vez más y más detalles. Una sola cosa quedó completamente intacta hasta el último día de su vida: Idylla y su cabellera negra infinita que le envolvía todo el torso. Aquella mujer la había tomado de la mano el primer día y nunca más la había soltado hasta la tarde en la que se despidieron ahogadas en lagrimones que parecían haber salido directamente de sus más antiguas tristezas. Ella la había llevado al mar, cada día le había organizado nuevas aventuras para que pudiera disfrutar de su estadía y todo esto sin entender más de dos o tres palabras de lo que decía.

El recuerdo que guardó con mayor claridad por su enorme impacto, fue cuando, faltando 5 días para irse, ambas fueron a pasar la tarde en la playa y Sofía ya no soportó lo que había callado y en español, sin ninguna expectativa de ser entendida, le contó a su amiga lo que la había llevado hasta ahí.

Lloraba y se confesaba, le narró cada detalle, desde el uso comunitario de la única cuchara de la casa hasta los muebles y objetos personales que había dejado abandonados en el piso sin avisarle a nadie. Cuando ya se había quedado sin aliento y el sol volvía a presentar su acto final, Idylla le acarició el cabello y dijo suavemente:

Η Ιθάκη σ’ έδωσε τ’ ωραίο ταξείδι.
Χωρίς αυτήν δεν θάβγαινες στον δρόμο.
Άλλα δεν έχει να σε δώσει πια.¹

Conversación de amigas en la playa

Y  fueron esas palabras, totalmente ininteligibles las que sanaron la herida que ella no quería soltar, como si todo ese dolor fuera lo último que le quedara del amor que había atesorado por tantos años y abandonarlo fuera aceptar que eso también había pasado, que ya no puedes recoger tus lágrimas. El sol se sumergía nuevamente en un mar rosado, oscureciendo todo a su alrededor menos los astros que brillaban obstinadamente en el rostro de  Idylla. En la distancia se escuchaba entonces el sonido del faro que llamaba nuevamente a los náufragos que habían sido condenados a perderse y encontrarse infinitamente en las islas que los vieron nacer. El tiempo, que se había acelerado repentinamente hasta conducirla a esa playa, se había detenido para dejarla guardar con sumo cuidado aquel momento y así, poder volver a él otro día que el mundo pareciera obligarla a escapar.